Domingo Faustino Sarmiento

martes, 21 de noviembre de 2017

José Martín Bageneta - Del algodón a la soja: Territorio, actores y cooperativas en el Gran Chaco Argentino (1960-2010).

En el extenso territorio de Argentina, antes que tomase forma la república, y aun antes que se fundasen las ciudades que darían origen a las primeras provincias, eran las regiones las que se imponían como estructuradoras del espacio, cuyo marco geográfico expresaba el dominio no sólo de la naturaleza, sino también de la cosmogonía que surgió de la presencia humana. Se conservan algunos de los nombres que recibieron estas regiones, que al mismo tiempo que aludían su paisaje lo marcaban como territorio.

En una ocasión Ricardo Rojas habló de las tres grandes regiones naturales en las que nacía el país que llamamos ‘moderno’: Selva, Pampa y Ande. Desde la pampa, que no era sino un borde del océano, los pueblos nuevos disputaron a los anteriores el dominio de los valles de altura, empresa que requirió algo más de un siglo de constante guerra. En cuanto a la selva, se mantuvo casi intocada por los españoles hasta fines del siglo XVIII. La región del Chaco Gualamba fue también denominada “el impenetrable”, haciendo alusión no tanto a las asperezas del bosque como a la denodada resistencia de sus habitantes.

Fue tardía, y aún inconclusa por cierto, la ocupación de este inmenso territorio. En paralelo con la campaña del “desierto”, la expansión del estado y el capital privado la prepararon en pocas décadas para la inmigración. Aunque con caracteres absolutamente singulares, la historia de la región reproduce la del capitalismo, creadora y destructora al mismo tiempo que trapiche insaciable de fuerza de trabajo, tierra, y naturaleza. Digamos ya que el Chaco contiene población de gran diversidad étnica y un capital biótico incomparable en flora y fauna. Como muchas regiones de América y África fue botín del hombre blanco (sic, aludiendo al título de una historia del África) disputado territorio de frontera, y al mismo tiempo tierra de misión, de conocimiento y de inmigración agraria.

La explotación forestal, la ganadería y la agricultura representan tres fases de la economía del Chaco del siglo XX que describió Guido Miranda en su ya clásico libro. Nicolás Iñigo Carrera mostró en sus estudios la presión militar y policial para conducir mano de obra a los ingenios de Salta y Jujuy, y a los obrajes madereros cuya historia cuentan Luis Alen Lascano y Raúl Dargoltz. Los antropólogos Raúl Cordeu y Santiago Bilbao registraron el impacto de estos cambios sobre los pueblos indígenas o mestizos acorralados ante las cuerdas de la civilización, forzados a la migración y la explotación, la utopía milenarista y el redentorismo evangélico. El nuevo Chaco tendrá un perfil demográfico distinto al promedio general: eslovenos, rusos y polacos, entre otras veinte nacionalidades, darán el tono cultural a la épica inmigratoria de una región aún poco estudiada desde este ángulo. La cultura “gringa” se instalará en el escenario local, configurando los sectores medios de la estructura social, bajo la criolla y sobre la indígena.

El algodón fue el motor de la nueva economía, y la forma que adquirió este cultivo en el Chaco se diferencia en algunos aspectos a la de otros casos contemporáneos. En efecto, el modelo de plantación que había predominado en el sur de los Estados Unidos había sido eficaz unos siglos antes por disponer de grandes extensiones de tierra y gran cantidad de población esclava. Las familias de los propietarios configuraban señoríos dinásticos y el orden social (religión, ley, policía) sostenía este tipo de dominación social al tiempo que modelo productivo, que aun liberalizado se muestra en las novelas deWilliam Faulkner a comienzos del siglo XX. En la región chaqueña la tierra cultivable era escasa, y cada hectárea de la nueva frontera debió ser desmontada. Había abundante mano de obra indígena, antes servil, pero ya en condiciones de proletariado rural.

La diferencia consistió en la forma de distribución de la tierra y en perfil de los productores, en buena parte extranjeros agrupados en colonias. La instalación del cultivo hacia 1915-20, consecuencia de la crisis del picudo en Estados Unidos, tuvo un fuerte apoyo del estado argentino y creó nuevas áreas de cultivo en Chaco, Formosa, Santiago del Estero y norte de Santa Fe. El algodón se instaló rápidamente como una gran promesa productiva. Significaba beneficios para varios actores del proceso, en orden creciente el zafrero, el productor, el acopiador y la desmotadora. El retorno a la tradición labriega después de la experiencia forestal que ya comenzaba a agotarse tuvo un significado especial en las imágenes que el algodón suscitaba.

La agroindustria era otra idea movilizadora. Con ritmos variables la superficie cosechada creció. Pero la estadística no revela el capital social que requirió esta primera etapa. La pequeña y mediana producción fue la base, las redes asociativas en la segunda etapa, y la consolidación de un fuerte movimiento cooperativo la tercera. Pero desde fines de 1990 el precio internacional del algodón cayó, y desde luego esto se tradujo en una fuerte crisis para el aparato productivo de la región. No era el primer desafío para una economía regional, integrada al mismo tiempo al mercado doméstico y al global. Y la pregunta es cómo lo afrontó.

Este libro se propone responder a esa pregunta, mostrándonos en detalle el rápido proceso de incorporación de la soja a la economía agraria del Chaco. Recupera la historia de los últimos veinte años, en los que la economía de la región -y la del país y el continente- se reubican ante una creciente globalidad de los intercambios.Aún cercanos los ecos de la épica algodonera, los agronegocios imponen una nueva dinámica que pone a prueba la capacidad de adaptación del sistema cooperativo ante un nuevo tiempo y un nuevo producto.

Sin embargo, no se trata sólo de un cambio económico, pues tecnología y mercado son parte de un paquete cultural, que hoy vemos también a través de sus implicaciones ambientales, sociales políticas. El autor examina esta transición con amplia información cuantitativa de base censal y estadística. En prensa y otras fuentes documentales ha revisado las políticas y proyectos que se impulsaron desde la región. Las entrevistas a informantes y cooperativistas ofrecen un valioso material. Sobre esa base desarrolla su interpretación: a pesar de la respuesta positiva a un contexto nuevo, la marginalidad de la región no ha disminuido, y en algunos casos se expresa en situaciones nuevas.

Creo que este libro es un valioso aporte en la línea de los estudios regionales de la Argentina actual que practicaron Floreal Forni, Enrique Bruniard y Alfredo Bolsi. Al mismo tiempo, reconstruye un proceso del presente, tratado superficialmente en la prensa, y necesitado de estudios técnicos que revelen la magnitud de los cambios en los pliegues de la organización social. No es el menor de los méritos de este libro la utilización de un enfoque amplio, en lo disciplinar y en lo territorial.

En sus páginas podrán abrevar el lector habituado al lenguaje técnico, el sociólogo rural, el cooperativista, además del productor agropecuario, que con sus acciones y omisiones es uno de los principales protagonista de este relato. Proveniente de una tesis de doctorado defendida y aprobada en 2014, la investigación que lo funda refleja la vocación de un joven estudiante por comprender nuestra historia reciente. Por último, quiero ubicar esta obra en su contexto académico, y resaltar el apoyo de la UNQ y el CONICET en esta línea de trabajo.



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