En ocasiones, las cosas no resultan sencillas. No todos nacen para ser
estrellas, ni tienen tanta habilidad para un deporte que se destacan de
inmediato, desde pibes. A veces, muchos fenómenos surgen a partir del
esfuerzo, de una mentalidad particular, de no bajonearse cuando
las cosas salen mal, de nunca darse por vencido. Porque se aprende a
ganar y también a perder, y a empezar de cero. Ese es el caso de Manu
Ginóbili, el protagonista de esta historia. No era ni tan alto ni su
físico parecía ayudarlo en su deseo de dedicarse a jugar al básquet,
pero nunca se resignó. Manu quería ser jugador profesional y soñaba con
integrar la selección argentina; entonces se puso a trabajar: entrenaba,
corría, hacía ejercicio, se cuidaba en su alimentación, aprendía de sus
errores y de sus rivales, se caía una y mil veces y siempre se volvía a
levantar. Hasta que un día, esa zurda mágica lo llevó a lo más alto: a
integrar el equipo argentino con sus amigos y a ganar una medalla de oro
y otra de bronce. A ser figura y ganar cuatro campeonatos en la mejor
liga del mundo: la NBA. A seguir jugando hasta hoy, con cuarenta años,
con el mismo deseo de siempre. Y en todo momento, sabiendo que el equipo
es lo más importante, que ayudar a un compañero es ayudarse a uno
mismo, que las individualidades no ganan títulos y que la inteligencia y
la mentalidad son herramientas muy valiosas en el deporte y en la vida.
Por todas estas razones, Manu Ginóbili es nuestro aventurero del
deporte. Porque, a veces, los genios tardan en aparecer, o emergen a
partir del esfuerzo silencioso de todos los días.
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