«La versión no puede ser sino personal, sentimental en el mejor de los
sentidos: qué me pasó a mí -de pibe, de adolescente, de muchacho, y
ahora ya veterano- cuando esos campeonatos del mundo nos pasaban a todos
por arriba y por adentro. Los datos precisos respecto de planteles,
resultados, jugadores, fechas y partidos quedan a un lado, fuera del
relato, no tienen que ver sino como paisaje, escenografía. No conozco
felicidad más desgraciada. Pero sabemos que vale la pena». Juan
Sasturain
Es un apotegma consabido que en la cancha, la camiseta se debe honrar,
defender y, sobre todo, transpirar. El sudor es a la camiseta -en el
fútbol- lo que la sangre a la bandera en la guerra. De la camiseta
transpirada a la bandera ensangrentada hay un paso, sin duda excesivo.
Se dice «dar la vida» en el esfuerzo; sudar sangre, exactamente. Los
simbólicos colores se exaltan con la humedad. Además, siempre quedan las
lágrimas de reserva: una catarata de efusiones que prometió, enumeró
Churchill durante un Mundial que no era ningún juego. Parece que este
tampoco lo será. Es increíble las cosas que ponemos en el juego de la
pelotita. En este libro se pasa revista a los Mundiales que jugó
Argentina o mejor a los mundiales que jugamos por radio, por la tele,
en vivo o de memoria, de oídas o por rebote familiar.
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