Manuel Gálvez - La sombra del convento.

En la sala, fría y austera, del viejo caserón familiar, José Alberto Flores y su tía conversaban junto a la ventana. En frente, el Paseo Sobremonte, melancólico, solitario, se iba envolviendo, cada vez más espesamente, en el ovillo gris de la llovizna. Era en Agosto. Atardecia. José Alberto, hundido en un ancho sillón, con las piernas estiradas, las manos en los bolsillos y la nuca apoyada en lo alto del espaldar, oía, entornando los ojos, las palabras lentas de misia Isabel, que sonaban, en el silencio del cuarto, como el runrun monótono del agua..