Ayer me besó por primera vez, y ayer mismo le demostré con mi beso que en adelante le va a ser difícil pasarse sin ellos. Las caricias de una mujer hábil acostumbran como un alcaloide. Y aun aquellos que tienen la voluntad necesaria para resistirlas, están condenados a que les parezcan tontas e insípidas las que puedan prodigarles las demás mujeres. El beso de la novia casta, o de la esposa honesta, ha de saberle, después de los míos, como un cigarrillo de paja al que se acostumbra a fumar haba nos: sin sabor, sin fuerza, sin atractivo.
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