Domingo Faustino Sarmiento

lunes, 17 de febrero de 2025

Yamila Begné - Cuplá.

El micro llegó al pueblo después de medianoche. Epifanio se bajó: una sola luz prendida en toda la terminal. Los carteles de siempre, pero casi invisibles, y ningún negocio abierto, ni siquiera el kiosco, nadie a quien saludar por obligación. Había dormido todo el viaje: ojos cerrados, ojos abiertos y ahora ya estaba en Cuplá. En el micro, el sueño se le había pegado a la piel, como un mamífero con frío. Así que, con los ojos a medio abrir, Epifanio atravesó el pueblo sin ver nada. Ni las primeras cuadras edificadas, pasando la terminal; ni la plaza, ni las entradas dobles de los edificios municipales, ni el bar de la esquina. Atravesó el jardín del frente y abrió la puerta de la casa de sus padres. Vio la mesa del living, rodeada de oscuridad. El florero de vidrio, en el medio, era lo único que brillaba. Le llegará algún reflejo, pensó. Pero qué luz podría ser, si en la casa estaba todo apagado. Con los párpados disueltos y el sueño estirado en el cuerpo, Epifanio imaginó que el florero brillaba solo, que algo adentro lo hacía vivir. Después, y de memoria, esquivó muebles y entró a su cuarto de adolescente. La cama de una plaza. La mesita de luz. La ventana que daba al jardín. Abrió las sábanas y se acostó. Ahora el sueño volvía a ser horizontal.

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