En la cancha la camiseta se debe honrar, defender y, sobre todo, transpirar. El sudor es a la camiseta, en el fútbol, lo que la sangre a la bandera en la guerra. De la camiseta transpirada a la bandera ensangrentada hay un paso, sin duda excesivo. Se dice "dar la vida" en el esfuerzo; sudar sangre, exactamente. Los simbólicos colores se exaltan con la humedad. Además, siempre quedan las lágrimas de reserva: una catarata de efusiones que prometió, enumeró Churchill durante un Mundial que no era ningún juego. Parece que éste tampoco lo será. Es increíble las cosas que ponemos en el juego de la pelota.
En este libro se pasa revista a los Mundiales que jugó Argentina o -mejor- a los Mundiales que jugamos, por radio, por la tele, en vivo o de memoria, de oídas o por rebote familiar. La versión no puede ser sino personal, sentimental en el mejor de los sentidos: qué me pasó a mí -de pibe, de adolescente, de muchacho, y ahora ya veterano- cuando esos campeonatos del mundo nos pasaban a todos por arriba y por adentro. Los datos precisos respecto de planteles, resultados, jugadores, fechas y partidos quedan a un lado, fuera del relato, no tienen que ver sino como paisaje, escenografía. No conozco felicidad más desgraciada. Pero sabemos que vale la pena.
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