El capitán Thomas Taylor espera en una celda una más que segura condena. Atrás quedaron el mar, su barco, la libertad. Atrás quedaron los días en los que reinaba sobre el océano Índico, en los que saqueaba a los ricos sultanes para repartir el botín entre todos por igual en Libertatia, la utopía que su amigo Olivier Masson y el extravagante fraile Antonuzzi habían fundado. Por delante, tiene, tal vez, una horca; o, quizá, una esperanza.
Para un hombre del siglo xvii las opciones no son tantas. Olivier Masson elige ser marino, una profesión que esconde, bajo aparejos y velas, la brutalidad del soldado. A pesar de aborrecer esa violencia, a pesar de detestar el poder de su rango, no sabe aún qué hacer con eso que no quiere. Es en una parada en tierra firme, en una excursión de forzoso reclutamiento que hace para la Marina Francesa, en la que conocerá al padre Antonuzzi, un hombre que cree que todos son iguales, que se propone formar una república en la que no haya poderosos ni excluidos, en la que quiere volver realidad la Utopía de Tomás Moro. Ahora que saben que pueden elegir, les falta un territorio; les falta transmitir esa alegría a otros hombres; les falta un socio comercial en quien confiar. Pronto hallarán cada una de las cosas, incluso al capitán Thomas Taylor como ese socio.
Para un hombre del siglo xvii no hay tanto que perder. Entonces, en medio de las conspiraciones de los protestantes franceses que pugnan por volver al poder, en medio de las ambiciones de los católicos que responden a Luis XIV, en medio de la desmesura de los navegantes esclavistas que surcan el África, una república de iguales se vuelve posible; una utopía, realidad.
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