León Bloy fue un hombre excepcional; en eso coinciden todos: sus amigos y sus detractores. La potencia extraordinaria de su estilo, la fuerza con que resuena su prosa (que en ocasiones recuerda a Nietzsche) no es la única causa de que el descubrimiento de Bloy sea un acontecimiento memorable en la vida de todo verdadero lector. Lector que no encontrará término medio en estas Cartas, porque Bloy siempre pretende escribir desde lo Absoluto y porque, en estas Cartas, aparece una cuestión que transita toda la obra de Bloy de arriba abajo: el horror por el burgués, al que su amigo Villiers calificó como asesino de cisnes. Y ante Bloy no cabe la indiferencia.
Destinados el uno para el otro. No hay casualidades. Destino es uno de los nombres de la providencia. Por eso, el día que Jeanne Molbech (una danesa que, casualmente, estaba pasando una temporada en París) se encontró con León Bloy cuando éste volvía del entierro de un amigo querido, el curso de la vida de ambos cambió para siempre. No hay casualidades. Dios, o el destino — dice Aristóteles — es un excelente piloto; la providencia divina, o el destino — dice Bloy — no se equivoca.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nos gustaría mucho saber que opinas de este libro. Gracias